Hay quienes se ponen a rezar en las calles para que la gente las vea, para aparentar ser muy “espirituales” o “religiosos”, pero la historia y la vida nos ha enseñado que en realidad quien presume de su fe, o de su religión, es que en realidad carece de virtudes y valores humanos.

En el trasfondo de nuestras sociedades, se observa una tendencia preocupante a la exhibición de la “fe” o la “religión” como una herramienta de autopromoción en lugar de ser un camino hacia la virtud, el bien y la compasión.

Este fenómeno se manifiesta de diversas formas, desde la ostentosa oración de rodillas en plena vía pública hasta las declaraciones mediáticas de devoción religiosa. Sin embargo, debajo de esta fachada resplandeciente, a menudo yace una carencia alarmante de valores humanos fundamentales.

Esto ya es muy común verlo en los políticos de derecha conservadora y en los grupos promotores del fanatismo religioso. La práctica de rezar en las calles, no por devoción genuina, sino por el deseo de ser visto y admirado, o incluso para hostigar a ostros con los rezos, refleja una preocupante distorsión de la espiritualidad.

Esta exhibición pública de falsa “piedad” puede parecer impresionante a primera vista, pero al escudriñar más allá de la superficie, revela una motivación profunda y netamente egoísta. Aquellos que recurren a tales actos buscan más la validación externa que una conexión espiritual con “lo divino”.

La verdadera esencia de la fe y la espiritualidad radica en la humildad, la compasión y el servicio desinteresado a los demás. Sin embargo, cuando la fe se convierte en un espectáculo para la galería pública, se despoja de su poder transformador y se convierte en una mera herramienta de vanidad y autoafirmación.

Es fundamental comprender que la autenticidad religiosa no se demuestra mediante grandilocuentes gestos exteriores, sino a través de una vida de valores morales y éticos sólidos. La verdadera virtud no busca el reconocimiento público, sino que florece en la modestia y la integridad. Aquellos que constantemente alardean de su fe, probablemente están tratando de compensar una falta de autenticidad en sus acciones cotidianas, o tratan rellenar un abismo existencial en su interior.

En lugar de buscar la aprobación externa a través de una exhibición vacía de religiosidad, es hora de redescubrir el verdadero significado de la fe. Esto implica un compromiso profundo con la introspección, el crecimiento espiritual y la aplicación práctica de los valores enseñados por la mayoría de las tradiciones religiosas, como el amor, compasión, justicia y empatía.

La verdadera espiritualidad se manifiesta en las pequeñas acciones cotidianas, por ejemplo, en el cuidado por los demás, en la búsqueda de la justicia social y en el compromiso con la bondad y la compasión. En lugar de buscar atención y admiración en las calles y las redes sociales, deberían de esforzarse por vivir sus vidas de acuerdo con los principios más elevados de su fe, de manera discreta pero significativa.

No buscando imponer sus creencias a la fuerza en una comunidad que ya las ha abandonado por el progreso y el conocimiento, pues por esos actos de soberbia y arrogancia, alejarán mucho más a esa comunidad que buscan impresionar.

En última instancia, el verdadero valor de la religión no radica en cuánto se puede mostrar al mundo exterior, sino en cuánto se puede transformar las vidas propias y las de quienes les rodean. Ese es el verdadero misticismo espiritual.

Dejemos de lado la vanidad y la ostentación, y abracemos la humildad y la autenticidad en nuestro viaje espiritual. Solo entonces encontraremos la verdadera plenitud y significado en nuestras creencias espirituales, ya sean religiosas o no religiosas.

Ahí se las dejo de tarea.

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