Mañana se estrena en las salas de todo el país la cinta Prometo no enamorarme (2018), producción del actual Cine mexicano que nos cuenta una historia de amor y todos los sonidos que la envuelven.

Prometo no enamorarme es dirigida por Alejandro Sugich (Casi treinta) y protagonizada por Alfonso Dosal (Hazlo como hombre), la debutante Natalia Varela, Alfonso André (baterista del grupo de rock Caifanes) y Pedro de Tavira (Cantinflas).

La historia narra el encuentro casual entre Iván (Dosal), un DJ mexicano, y Julieta (Varela), una chelista madrileña. Julieta acaba de llegar a México en busca de su esposo Daniel (André) en un intento desesperado por salvar una relación agonizante. La indiferencia de Daniel provoca que Julieta e Iván pasen juntos las siguientes 24 horas en la CDMX, tiempo suficiente para tomar decisiones que cambien la vida de todos.

La estructura de Prometo no enamorarme nos remite al filme Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), pero ambientada en un contexto hípster. Su premisa gira alrededor de los sonidos urbanos y la música como medio para crear vínculos entre las personas.

Prometo no enamorarme es una historia de amor contada en forma agradable y que logra mantener la atención del público a pesar de su aparente simpleza. Esto se consigue gracias a un par de buenos “ganchos” en la trama y, sobre todo, a la buena química entre los dos actores principales, Alfonso Dosal y Natalia Varela.

Ambos cargan en sus hombros casi toda la película; él, como el hípster sensible y tierno; ella, como la hermosa musa objeto de veneración. Sus actuaciones son muy eficientes, aunque debemos mencionar que, en realidad, no fueron exigidos mucho por el guion.

En cuanto a los actores de soporte, la participación de Alfonso André es poca, prácticamente una referencia; con esto se evitó evidenciar su corto rango actoral… una gran decisión. Por otro lado, las escenas de Luis (interpretado por Pedro de Tavira) le dieron un acertado toque de humor y frescura a la cinta.

El ritmo semilento del filme es su principal problema, porque así como hay espectadores que se fascinan con esta “pornografía visual hípster” de computadoras Mac, vinilos, decoraciones vintage y el estilo de vida bohemio de clase media-alta; hay gente que no, hay gente que quiere ver un conflicto tangible, más emocional… no se conforma con una viñeta bonita y “aspiracional”.

El romance meramente contemplativo entre los personajes principales exige mucha inocencia por parte del espectador, y no es que uno quiera pecar de cínico pero, quiero suponer, los hípsters también tienen impulsos hormonales, sensibilidad en la carne… sexo, pues.

Al final, Prometo no enamorarme cumple con su función de historia de amor millennial color rosa. Cuenta con buenas actuaciones, diálogos adecuados, excelente banda sonora, está bien filmada, etc. Sin embargo, carece de un conflicto real, de personajes complejos que cuestionen al espectador… adolece de poca malicia.

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