Como casi siempre ocurre, las buenas ideas que surgen en otros países cuando las quieren aplicar en México no funcionan. Es un problema cultural e intelectual que acarrea esta sociedad desde hace décadas. Pareciera que es demasiado pedir que no “agandallen” y corrompan algo que fue hecho para bien, tal como es el #MeToo.

Origen del #MeToo

El movimiento #MeToo surgió en Estados Unidos como voz para las personas (hombres y mujeres) que sufrieron de acoso sexual o violación. Las personas daban la cara ante los medios y en las redes sociales para denunciar que habían sido víctimas de este tipo de abusos.

Lo hicieron con valor, con la cara en alto. Quienes defendimos la cultura de género en los 1990´s nos hubiera servido de mucho algo así, pero las redes sociales eran nada en esos tiempos. 

Lamentablemente en México, como muchas veces ha ocurrido, varios individuos (a los que ya no les podemos llamar personas por no ser dignas de ello) se lanzaron a las redes sociales para crear cuantas falsas y anónimas para “denunciar” supuestos casos de abusos desde el total anonimato.

Estos actos inmediatamente fueron evidenciados como actos de difamación, pues varias de las personas a quienes acusaban de abuso eran conocidas en los medios de comunicación o dentro del campo académico; muchos de ellos con carreras intachables en toda medida y que incluso fueron defendidos por mujeres que dieron la cara para demostrar que esas acusaciones eran falsas.

Pero lo más lamentable ya ha ocurrido. Una víctima inocente, ante el escarnio, el linchamiento público y mediático en las redes sociales por medio de cuantas falsas (¿serán cuentas muppet?), optó por el suicidio ante la presión social y mediática que estaba sufriendo.

Y lo peor del caso fue que después de confirmarse su muerte, tuvieron el descaro de festejarlo y mofarse de él. Por eso no son dignas de ser llamadas personas, ni humanos, son viles bestias.

Se ve que nunca han leído una carta suicida, ni saben de psicología. Como periodista que inició en el campo policiaco, me han tocado leer varias. Y sí, también sé de psicología, la llevamos en la universidad. Y sabemos que aunque en la carta diga “Y que no se acuse a nadie de mi muerte…”, en realidad siempre hay un culpable.

El texto dejado por el músico Armando Vega Gil, cofundador de la icónica banda de rock Botellita de Jerez, deja muy en claro que el temor al escarnio y al linchamiento fue lo de lo indujo a tomar la fatal decisión.

Él no era un acosador con mentalidad de depredador, pues de serlo habría enfrentado con violencia los ataques. Fue la víctima inocente de una cobarde anónima, una depredadora oculta, que lanzó la piedra, mató a un inocente, y escondió la mano.

Una horda de estos mismos depredadores ahora intenta defender lo indefendible. El inducir al suicidio es un delito y, aunque no les guste, merecen la cárcel y el escarnio de la sociedad valiente y consciente que si da la cara para defender a un inocente. 

Es muy lamentable que el noble movimiento #MeToo haya caído en las manos equivocadas, y que haya terminado por convertirse en un movimiento de odio y misandria. Para las que no saben que es misandria, es un fenómeno psicológico que se refiere al odio y desprecio de las mujeres a los hombres, y a todo lo relacionado con lo masculino, que se expresa con actitudes de violencia.

Así también como la misoginia, la misandria es también un problema psicológico y social.

El hombre y la mujer valen lo mismo, valen dependiendo de los valores y virtudes que tengan, no de cuanto griten. No importa lo que creas, ni lo que sientas, tu odio a los demás es ilógico e irracional, tu rencor es solo tuyo, tú eres quien está mal, no la sociedad.

Si vas a denunciar un abuso, ten el valor de dar la cara, no lo hagas como un vil cobarde.

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