Este sábado 14 de junio, miles de personas toman las calles de ciudades en todo Estados Unidos para manifestarse contra lo que consideran un intento autoritario de poder absoluto por parte de Donald Trump. Las movilizaciones, organizadas bajo el lema «No Kings» (No hay reyes), se desarrollan de forma simultánea en más de mil ochocientas localidades, convocadas por una coalición de más de 190 organizaciones cívicas que buscan defender la democracia y frenar lo que califican como una deriva peligrosa hacia el autoritarismo. La jornada no es casual: coincide con el cumpleaños número 79 del expresidente y con un desfile militar que se lleva a cabo en Washington D.C., promovido por Trump como homenaje al Ejército de los Estados Unidos en su 250 aniversario. Sin embargo, para sus críticos, el evento representa un culto a la personalidad más propio de una monarquía que de una república democrática.
El llamado “No Kings Day” se ha convertido en una respuesta masiva ante una serie de medidas impulsadas en las últimas semanas por Trump, entre ellas redadas migratorias a gran escala, declaraciones agresivas en sus redes sociales y la militarización de espacios públicos, particularmente en estados como California y Texas. En ciudades como Atlanta, Chicago, Filadelfia, Phoenix y Denver, miles de personas se congregan con pancartas que rechazan el uso de recursos públicos en un desfile que muchos consideran innecesario, mientras escuelas cierran, hospitales colapsan y se recortan fondos en programas sociales. Las protestas, mayoritariamente pacíficas, están marcadas por un ambiente de firmeza y resistencia: ciudadanos comunes, líderes comunitarios, activistas, jóvenes y adultos mayores participan unidos por la idea de que Estados Unidos no puede permitirse la concentración del poder en manos de una sola figura.
En contraste, desde su plataforma Truth Social, Trump lanzó advertencias dirigidas a quienes intenten empañar lo que considera “una celebración patriótica”, asegurando que las manifestaciones serán enfrentadas con “gran fuerza” en caso de alteraciones. A pesar de estas amenazas, los organizadores insisten en que las protestas seguirán adelante, sin violencia, con el objetivo de enviar un mensaje claro: el poder debe emanar del pueblo, no de un líder que actúa como si estuviera por encima de la ley. En Los Ángeles, donde ya se registran redadas migratorias desde hace días, la tensión crece. Más de cuatro mil elementos de la Guardia Nacional y unos setecientos marines han sido desplegados para controlar posibles disturbios, lo que ha encendido las alarmas de defensores de derechos humanos y autoridades locales, quienes denuncian el uso excesivo de la fuerza y el intento de criminalizar la protesta social.
El saldo hasta el momento en California incluye cientos de detenidos, varios periodistas heridos y daños materiales en vecindarios con alta población migrante. Sin embargo, los líderes del movimiento aseguran que no retrocederán. “Vamos a mostrarle al país que el verdadero poder reside en la gente común, en quienes trabajan, cuidan, educan y construyen todos los días esta nación”, ha declarado una de las voceras del colectivo, dejando en claro que esta no es solo una protesta contra Trump, sino una defensa colectiva del sistema democrático. A unas semanas de que inicien las convenciones electorales y en medio de una campaña polarizada, lo que ocurra hoy en las calles de Estados Unidos podría marcar un punto de inflexión en la narrativa política del país.