Tom Cruise cierra su etapa como Ethan Hunt en Misión Imposible: Sentencia Final, la octava entrega de la franquicia que ha redefinido el cine de acción en las últimas tres décadas. Dirigida una vez más por Christopher McQuarrie, la película busca ser un punto final grandioso para una saga que ha combinado acrobacias reales, intriga internacional y un protagonista que desafía constantemente los límites de lo posible. Pero, ¿logra este objetivo con éxito?
Desde el punto de vista técnico, la película es un despliegue de virtuosismo cinematográfico. Las secuencias de acción, marca registrada de la saga, están meticulosamente coreografiadas y filmadas con una precisión que pocas franquicias pueden igualar. Destacan especialmente dos momentos: una persecución en Venecia que juega con los reflejos y la arquitectura laberíntica de la ciudad, y un enfrentamiento en un aeroplano en movimiento que rinde homenaje a Top Gun: Maverick. Sin embargo, a diferencia de entregas anteriores, donde cada escena de acción avanzaba la trama, aquí algunas secuencias –aunque espectaculares– parecen incluidas más por obligación que por necesidad narrativa.
Tom Cruise, a sus 62 años, sigue siendo el corazón de la película. Su compromiso con las escenas de riesgo es admirable, y su carisma mantiene la credibilidad de Ethan Hunt como un héroe que, pese a las décadas de misiones, sigue encontrando fuerzas para una última batalla. Sin embargo, hay un innegable tono de despedida en su actuación, con momentos que rayan en lo autohomenaje. El resto del elenco cumple adecuadamente: Simon Pegg y Ving Rhames aportan su química habitual, Hayley Atwell brilla en acción física aunque su personaje carece de desarrollo, y Esai Morales cumple como villano sin llegar a ser memorable.
Visualmente, la película es impactante pero desigual. Fraser Taggart, el director de fotografía, opta por una paleta oscura y atmosférica que refuerza el tono de despedida, pero que en ocasiones hace que las secuencias nocturnas o subterráneas pierdan claridad. Los escenarios internacionales –desde los canales de Venecia hasta los fiordos noruegos– son impresionantes, aunque el exceso de CGI en algunas tomas resta inmediatez a la acción.
Uno de los mayores problemas de Sentencia Final es su duración. Con 169 minutos, la película se siente extensa, especialmente en su primer acto, donde abundan las secuencias de exposición y los flashbacks a entregas anteriores. Aunque estos momentos buscan generar nostalgia, en ocasiones interrumpen el ritmo. El tercer acto, por el contrario, es un derroche de acción ininterrumpida que, si bien emocionante, termina por saturar al espectador.
La recepción crítica ha sido dividida. Medios como Collider y Vanity Fair han elogiado su espectacularidad y sentido de clausura, mientras que IndieWire y The Hollywood Reporter critican su falta de innovación y su dependencia de fórmulas ya vistas. En términos de taquilla, la película ha tenido un buen desempeño, aunque no ha superado los números de Fallout (2018), considerada por muchos el punto álgido de la saga.
En conclusión, Misión Imposible: Sentencia Final es una película que cumple con las expectativas de acción y espectáculo, pero que no alcanza la excelencia narrativa de sus predecesoras. Funciona como un homenaje a la trayectoria de Ethan Hunt y al legado de Tom Cruise como uno de los últimos grandes iconos del cine de acción, pero también deja la sensación de que, quizás, la saga podría haber encontrado un final más redondo. Para los fans incondicionales, es una visita obligada; para el espectador casual, un entretenimiento sólido pero no indispensable.
Con su estreno en cines –incluyendo la garantía de Cinépolis para proyecciones en formato premium–, la película asegura una experiencia visual impactante. Sin embargo, su legado a largo plazo dependerá de si el público la recuerda como un digno final o simplemente como otra misión más en una franquicia que, pese a todo, sigue siendo sinónimo de acción de alto voltaje.