El 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz decidió poner fin a un movimiento estudiantil tras 146 días llenos de protestas y manifestaciones. Los testimonios de quienes sobrevivieron a la tragedia y que el día de hoy podemos conocer, son desgarradores.

A medio siglo de los hechos ocurridos en la Plaza de las Tres Culturas, quedan muchos cabos sueltos y preguntas en el aire que, tal vez, nunca tendrán respuesta. Hoy, a 50 años de la matanza, la gente sigue exigiendo justicia. Es importante que la sociedad no lo olvide.

El olvido da como resultado una sociedad apagada, que tolera abusos y burlas por parte del gobierno. Es importante que no se olviden, no se perdonen este tipo de atrocidades. Aprender la lección y pasar la voz para que esto trascienda, enseñar a nuestros hijos a no olvidar, a no dejarse, manifestarse y enseñarles a ser libres.

El detonante

El choque que desata los enfrentamientos con el gobierno no surge precisamente en las universidades, sino por una riña generada en un partido de fútbol entre estudiantes de las Preparatorias 2 y 5, del Instituto Politécnico Nacional, contra alumnos de la preparatoria particular Isaac Ochoterena.

La policía contuvo a los estudiantes a base de golpes y abusos dentro de sus propios planteles educativos.

El 26 de julio, cientos de jóvenes salieron a las calles a manifestarse contra la represión policiaca. El edificio del Partido Comunista fue allanado, se detuvo a algunos miembros del movimiento, otros más se refugiaron en el recinto de la Prepa 1, el histórico Colegio de San Ildefonso. Tres estudiantes perdieron la vida.

Al día siguiente, los estudiantes tomaron las preparatorias 1, 2, y 3 de la UNAM. Los enfrentamientos se extendieron a más escuelas y los granaderos ya no pudieron contenerlos.

El 30 de julio, tropas militares derribaron la puerta de San Ildefonso, labrada en el siglo XVIII, y se llevaron presos a los estudiantes resguardados en el lugar. Esto ocasionó que la mayoría de las escuelas de la UNAM y el Politécnico se declararan en huelga.

El 1° de agosto, el entonces rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, con la bandera de Ciudad Universitaria a media asta, condenó públicamente los hechos. Se pronunció a favor de la autonomía de la universidad y exigió la libertad de los presos políticos, refiriéndose a los estudiantes. Nadie imaginó que esto sería el detonante de uno de los problemas políticos más relevantes que ha atravesado el país.

Era un mal momento para que los jóvenes se revelaran y exigieran justicia, al menos el gobierno lo veía así. En pocos meses se llevarían a cabo las primeras Olimpiadas en México, un hecho histórico para el país.

México y su presidente estarían en los ojos del mundo, y no se permitiría que nada dañara sus planes o desafiara su poder autoritario. El entonces Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, encabezó un comité de seguridad para controlar la situación. Tenía como nombre Batallón Olimpia, conformado por un escuadrón militar cuya principal función era garantizar la seguridad durante los Juegos Olímpicos. Al final, se convirtió en un grupo de represión que, lejos de controlar la situación, provocó que se saliera de control y las calles se convirtieron en campos de batalla.

Al movimiento se unieron maestros, padres de familia, y trabajadores. Pronto se transformó en un movimiento de resistencia organizada.

El régimen autoritario del PRI y Gustavo Díaz Ordaz, no soportaron que se quebrantara y se pusiera en juego su autoridad. Esto los llevó a tomar cartas en el asunto de la peor manera.

“Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados, pero todo tiene un límite. No podemos permitir ya, que se siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo”, declararía en su momento el Presidente Díaz Ordaz.

Este mensaje amenazador fue el detonante de la tragedia. Se ordenó la detención inmediata de los líderes del movimiento y el ejército tomó Ciudad Universitaria.

Los líderes realizaron un mitin el día miércoles 2 de octubre, en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Miles de personas abarrotaron la plaza, entre trabajadores, vecinos, estudiantes, padres de familia y niños. Nadie se imaginaba lo que estaba por suceder.

Durante la concentración, un helicóptero que sobrevolaba la zona arrojó unas luces de bengala. Se presume fue la señal para detonar los disparos. Los oradores pidieron mantener el orden y no caer en provocaciones, pero fue imposible evitar el caos.

Se bloquearon dos de los tres accesos a la plaza, el ejército y la policía comenzaron a disparar. Se habló de la presencia de francotiradores en las azoteas, identificados con un guante blanco en la mano izquierda. Historiadores revelan que el primer disparo provino del Edificio Chihuahua, sitio donde se localizaban los líderes, y fue realizado por los mismos francotiradores para justificar el ataque.

Los estudiantes arrestados fueron golpeados, desnudados, asesinados, muchos de ellos desaparecidos.

Al día siguiente, el gobierno emitió la versión oficial de los hechos, asegurando que lo sucedido fue un enfrentamiento entre estudiantes armados en contra policías y el ejército. El saldo total de muertos en Tlatelolco era de 29 personas, según su información.

Se presume que la cantidad real de víctimas y desaparecidos se cuenta por cientos.

¡Impunidad atroz, descaro e injusticia!

Por muchos años se manejó la versión de que los francotiradores pertenecían al movimiento estudiantil.

Pero tiempo después, archivos y documentos de Marcelino García Barragán, en aquel entonces Secretario de la Defensa General, fueron revelados después de su muerte. Estos confirman que los francotiradores que dispararon contra estudiantes y militares eran parte del Estado Mayor Presidencial. Fue una orden presidencial ejecutada para terminar con el movimiento.

Hasta la fecha, Luis Echeverría es el único involucrado que afrontó dos acusaciones por genocidio, siendo emitidas por el Fiscal, Ignacio Carrillo Prieto.

La primera es por la represión estudiantil del 68, cuanto se desempeñaba como Secretario de Gobierno y responsable de la política interna. La segunda, por la denominada Masacre del Jueves de Corpus, suscitada el 10 de junio de 1971 en la Ciudad de México, durante su gestión como Presidente de la República.

Hoy, hace 50 años en Tlatelolco, se ejecutó una orden que cambió el rumbo del país. Una cicatriz que aún no cierra.

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