Así es, aunque muchos supuestos “cristianos” o “católicos” dicen tener por mandamiento eso de “No levantarás falso testimonio” o “No mentirás”, por lo que podemos constatar sí les gusta hacerlo, y con regular frecuencia cuando a sus intereses les acomoda, especialmente cuando algo no se somete a sus creencias. Un ejemplo de esto es la festividad del Halloween, que, en realidad, tiene origen cristiano.

Muchos creen que el Halloween proviene de los antiguos ritos celtas que festejaban el fin de año el 31 de octubre con una celebración llamada Samhain, en la cual, según los antiguos cuentos europeos, los espíritus de los muertos se reunían para revisar los acontecimientos del año transcurrido y los hechos venideros para el próximo, pero también se iban a visitar sus antiguos hogares.

La antigua religión de los celtas, que era dirigida por clérigos llamados druidas, no tiene nada que ver con lo satánico o lo maligno. De hecho, ellos tradicionalmente encendían grandes fogatas en la cima de las montañas, durante la noche del 31 de octubre, para proteger a su comunidad de los malos espíritus y así ahuyentarlos. Este rito no tenía nada de maligno, mucho menos de oscuro, usaban la luz para alejar a la oscuridad.

Debemos de saber que nombre Halloween proviene de la festividad católica de la «Víspera del día de todos los santos», en inglés antiguo “All Hallows Eve”, la cual se realizaba por la tarde noche del 31 de octubre (antes del 1 de noviembre, «Día de Todos los Santos») y era muy popular en países como Escocia e Irlanda.

Fue el Papa Bonifacio IV quien en el año 609 instituyó la celebración del Día de muertos, para así honrar a la Virgen María y a todos los mártires de la iglesia católica del pasado. Originalmente, esta ceremonia religiosa se hacía los días 13 de mayo, pero en el siglo VIII el Papa Gregorio III la cambió de fecha, pasándola al 1 de noviembre. Años después se instituyó el 2 de noviembre como el “Día de los fieles difuntos” (Día de Muertos) en honor a los muertos cuyas almas, según el mito, “están en el Purgatorio esperando la entrada al Cielo”.

Varias investigaciones señalan también que el origen de la palabra Halloween, podría venir de la llamada “Mesnie Hellequin”, una muy antigua leyenda folklórica de la zona central de Europa que tiene varios nombres dependiendo de la región; algunos le llaman la “Procesión de los muertos”, otros la “Santa Compañía”, “Cacería salvaje”, y muchos otros.

Esta leyenda cuenta de una aparición, que podía ocurrir entre la noche de la Víspera del Día de Todos los Santos (Halloween), y hasta en la del Día de los Santos Difuntos. Se decía que un grupo de seres fantasmales aparecía por los caminos encabezados por un personaje ataviado con un traje de arlequín (“hellequin” en francés), el cual podía ser tanto un ser mitológico y legendario, como uno con apariencia maléfica.

Con esto podemos constatar que el Halloween no tiene nada de diabólico o satánico, ni en sus orígenes ni en su forma actual, es una festividad que pasó de lo religioso a lo mundano y popular, pues fue adoptada voluntariamente por el pueblo, no fue impuesta a la fuerza, o con violencia, como la Navidad y todo lo relacionado a ella, que sí fue impuesta por los conquistadores europeos a los indígenas nativos americanos.

El Halloween llegó a México por los extranjeros a mediados del siglo XIX, y fue adoptado por los niños debido a la tradición de regalar dulces. Unos lo piden con “dulce o travesura”, otros piden “calaverita”, pero es la misma tradición que ha evolucionado con la sociedad, dejando atrás horrores del pasado.

Que los niños pidan dulces disfrazados no implica, para nada, el participar en un ritual maligno, todo lo contrario, es procurar y cuidar su inocencia demostrándoles que todavía existe gente buena dispuesta a regalar cosas dulces, a pesar de su apariencia de monstruo o fantasma.

La bondad y magia del Halloween está muy por encima de falsos mitos y mentiras de fanáticos religiosos, dichas con tal de torcer la verdad y que “todo cuadre” para ellos. Pero no, no hay más maldad en el Halloween que la misma que aplican las personas en sus días normales, comunes y corrientes.

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